Las cosas por su nombre

Por Florencia Serpentini

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Alejo Avila Huidobro

Director

Con un lenguaje despojado, preciso, a la vez tierno e irónico, una adolescente va recordando su infancia junto a su padre y todo lo acontecido en la casa en la que siempre han vivido y que están a punto de dejar. La hija será la encargada de preparar la mudanza; ella decidirá qué cosas partirán con ellos y cuáles no los acompañarán en la nueva vida que los espera. La protagonista, la dueña de esa voz que va narrando paso a paso los días transcurridos en la casa paterna, va hilando su relato a partir de los objetos que cada una de las novias de su padre olvidó o dejó intencionalmente en la casa antes de marcharse. De diversa manera, esas mujeres fueron dejando su huella en la educación sentimental de la niña, a quien su madre abandonó cuando era muy pequeña. Casi todos los capítulos llevan el nombre de uno de esos objetos y narran la importancia que tuvieron en la vida de la protagonista: Costurero canastita. Botiquín de últimos auxilios. Pizarrón de los mandatos. La no hamaca, son algunos de ellos.

Capítulo 1
Teníamos dos semanas para mudarnos. Para mí, mejor, porque ese barrio no me gustaba. Papá consiguió cajas y papel de diario. Como él trabajaba todo el día, yo era la encargada de embalar la menor cantidad de cosas posible. No podíamos llevar todo al departamento porque era muy chico. Cuando volvía del colegio, tenía que decidir qué dejábamos en esa casa y qué nos llevábamos al departamento nuevo. Iba a ser muy difícil, pero debía hacerlo yo porque a papá los objetos no le importaban. Pocas cosas le importan a mi papá. Hoy, sé bien cuáles; pero en ese entonces, no tanto.

Quienes me conocen saben cuánto me gusta organizar, pero en aquella época, tener la casa ordenada era imposible. Mi papá siempre fue desordenado con nuestras vidas y nuestro hogar era un reflejo de eso. Por la puerta pasaban muchas mujeres que tenían una sola cosa en común: eran muy distintas. Mi papá tuvo algunas novias muy pulcras y otras bastante descuidadas. Unas que se alimentaban a base de delívery y otras, amantes de la comida casera. Con tantos cambios, todo intento de organización resultaba insostenible en el tiempo. Además, la nueva novia siempre quería deshacerse de los rastros de la anterior y llenaba la casa de objetos suyos. Algunas personas comparten con los animales esa necesidad de marcar territorio. Ninguna de ellas me consultaba nada porque yo era sólo una nena. Como si la altura diese algún tipo de permiso para caminar sobre los demás. Como si la grandeza pudiera medirse en centímetros y mentirse con un par de tacos.
La mudanza era la excusa perfecta para construir un nuevo hogar. No sabía por dónde empezar. ¿La cocina, el baño, las habitaciones, el living, el garaje? Debía elegir con cuidado los objetos que llevaríamos al departamento nuevo, porque papá había sido claro: una vez subidos al flete no iba a haber vuelta atrás. Decidí hacer un inventario. De lo que habían dejado las ex de papá, yo tenía que decidir qué era mío y qué no. Lo mío se iría conmigo, lo ajeno se quedaría en la casa. Quizás, al terminar de embalar, me daría cuenta de que no tenía nada, sólo mi piyama. Aunque el piyama había sido de mi mamá. Entonces, ¿era mío el piyama?