Escritos del exilio

Por Antonio Di Benedetto

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Julia Fernández Laín

Foreign Rights Manager

Sobre este libro:

Antonio Di Benedetto fue detenido en su oficina del diario Los Andes, de Mendoza, a escasas dos horas de oficializado el último golpe militar en Argentina. Tras la cárcel y la tortura, fue liberado el 3 de septiembre de 1977 y en diciembre de ese año viajó a Europa, donde terminó por instalarse en España, país en el que permaneció hasta regresar definitivamente a su patria en 1984. Fueron casi siete años de destierro, sobre los que el escritor decidió no hablar. Pero sus colaboraciones desde Madrid, principalmente para Consulta Semanal, permiten reconstruir de manera tácita esos años, a la vez que nos deparan una lectura entusiasta y a veces apasionada de los estrenos de cine y teatro, las exposiciones de arte y los libros del momento. "Escritos del exilio" ofrece una perspectiva sorprendente y un valioso testimonio sobre el gran autor de "Zama".

Fragmento:

Desaparecidos de

cuarta categoría

 

El País, 19 de diciembre de 1983

 

El problema de los desaparecidos en Argentina durante la dictadura militar no se ha agotado tras la restauración de la democracia y la toma de posesión del presidente Raúl Alfonsín, según el autor de este artículo. Por el contrario, habrá que tener en cuenta a los desaparecidos que no lo fueron en el interior del país, cuya existencia es comprobable, pero que no aparecen en las listas oficiales, ya que se vieron a obligados a abandonar su país por motivos políticos y hoy residen en el extranjero.

El tema de los desaparecidos, al que El País ha prestado de continuo muy humana atención, no está agotado porque en Argentina se haya acabado la dictadura militar, ni tampoco el problema se ha explorado en todas sus dimensiones. La omisión o falta de conocimiento de un aspecto motiva la presente colaboración. El costado, cuya ausencia se deja notar, es el de los desaparecidos que no fueron asesinados, pero sí sacrificados. Es un enorme contingente, cuyo mayor número se halla en España. ¿Por qué cabe llamarlos desaparecidos si su existencia es comprobable, aunque no figuren, ni de tanto en tanto, en los periódicos? Porque son la cuarta categoría de los desaparecidos: los desaparecidos de su país.

La primera categoría es de los que un día fueron arrancados de su hogar o de su medio y nunca más se supo de ellos. La segunda agrupa a los que estuvieron detenidos o encarcelados y hay indicios vehementes de que pueden haber sucumbido a la tortura, o bien fueron pasados por las armas. La tercera es la de aquellos a quienes no se volvió a ver y la de los no identificados al descubrirse en los cementerios cuerpos bajo la inscripción “N.N.”

 

 Inquilinos de la acera.

 

Nos ocuparemos de la cuarta categoría, que, dada su situación de subsistentes, tienen derechos que reivindicar ahora con el advenimiento de la democracia en su país.

¿Quiénes son? Se les puede identificar en el Rastro, donde revenden artículos usados o averiados, o en Callao, o la cercanía de cualquier Corte Inglés o Preciados, con mesas cubiertas de baratijas, inquilinos de las aceras, a veces perseguidos por la policía como competencia del comercio establecido. O en el Retiro, o en infinidad de plazas de la península y las islas haciendo teatro de marionetas, en barracas de feria y al borde de la picaresca, sin la alegría de esta. Muchos, en su tierra tenían una profesión que aquí no pueden ejercer.

Ciertamente, no todos los exiliados quedan en los bajos estamentos. Algunos profesionales o dueños de un oficio consiguen cierto reconocimiento, pero siempre sujetos a la inseguridad en el trabajo y a una cierta discriminación.

Casi con seguridad, ninguna de las personas descritas tenía en su país un estándar ínfimo. Por lo común, han venido los que pertenecían a una clase media de pasar decoroso. Que –es su esperanza– podrían recobrar si tuvieran cómo volver.

La deuda que la patria argentina tiene con sus hijos que fueron perseguidos y cruelmente tratados en su faz moral es incalculable. Piénsese que ha habido casos en que no solo a la persona en cuestión se la hizo desaparecer, sino que a sus deudos no les ha quedado ni el cobijo de un techo, caso de un editor de Córdoba, cuya vivienda se hizo volar con una bomba después de haberle asesinado a él.

No todos han llegado a tales extremos; sin embargo, son muchos los que a raíz de su apresamiento perdieron casa y familia, bienes del afecto y bienes materiales. En materia de pérdida de bienes no se puede pasar por alto un desenfadado robo, camuflado como botín de guerra: el saqueo de las cajas fuertes de algunos bancos, con la tolerancia de los banqueros que aceptaron la falsificación de firmas como que era el propio interesado o depositante quien había ido a retirar el dinero y las alhajas ahí guardados. En algún caso se ha simulado la firma, para estas extracciones, de un muerto o de alguien desde tiempo en el exilio.

 

 

Los años inútiles

 

A los padecimientos por tantas pérdidas hay que sumar la fractura o laguna creada en la vida de los perseguidos. Los años de cárcel son años inútiles para quienes la sufrieron, no solo por estar despegados de sus actividades, sino sin la menor ocasión de cultivarse, ya que estaban prohibidos los libros, el dibujo y hasta la conversación entre presos.

El sufrimiento y la disminución de las facultades por el encierro, la inercia, el tormento y el paso del tiempo también hay que computarlos.

Médicos, abogados, arquitectos que perdieron el vínculo con su clientela, estudiantes en grado avanzado de una carrera profesional, malogrados tanto como quienes se cultivaban por su cuenta en alguna disciplina.

Todo lo escrito en este texto está clamando por una reparación. Los desaparecidos de su patria no tienen el respaldo del cálido clamor de las Madres de la Plaza de Mayo. No por esta carencia de defensores a la luz pública los desaparecidos que no han muerto deben seguir ignorados por las autoridades de la nación argentina, ahora que ya no están los militares en el poder.

Un programa íntimo reclamaría facilidades para la repatriación, restitución de bienes materiales, recuperación de la posición que se tenía al momento del golpe militar, compensación económica por el daño moral y el tiempo de permanencia en la cárcel.

En la República Federal de Alemania se implantó, después de la guerra, una indemnización, subsidio o pensión para las víctimas del nazismo, hubieran pasado por el campo de concentración, la prisión o el exilio. También la restitución a su condición anterior, para lo cual el propio Gobierno hizo gestiones ante las empresas privadas donde el perseguido había trabajado.

El expuesto es un bello ejemplo digno de ser copiado en la Argentina que se recupera.

Es evidente –y Ernesto Sabato lo ha denunciado con su habitual claridad y coraje– que lo ocurrido en Argentina, con su séquito de muertes y exilios, determinó en ese país un vacío cultural y científico difícil de superar.

Constituye el dato una invitación a los españoles para que mediten si en estos ocho años han hecho algo por aprovechar esa savia intelectual y artística en bien de España.

Hay casos en que se han dado resultados positivos, en el sentido que indicamos; pero también los hay, y son los más abundantes, de signo negativo. No se puede negar –Félix Grande lo denunció en El País muy al principio–- que se ha producido una cierta discriminación contra los exiliados argentinos, sin darles oportunidades óptimas, ni al menos razonables, en comparación con los nacidos en España.

Todavía se está a tiempo de corregir esa actitud. No todos los argentinos que estaban en España han vuelto a Argentina luego que el doctor Alfonsín asumió la presidencia.

Son muchos los que han quedado, todavía con energía e interés, en participar de tareas en beneficio de la España que los recogió en estos duros años.