La ternura del padre. Qué pasa con el afecto del varón
Sobre este libro:
El autor sostiene que “La ternura del padre” y las actitudes de interés y cuidado por el desarrollo de las criaturas conforman una paternidad más expresiva; apuntalan y acompañan el crecimiento de los niños y de los jóvenes. Es un libro para comprender el rol del padre en el mundo actual.
El propósito de la autora en este trabajo es valorar la enseñanza de la literatura en la formación docente en el contexto de una escuela amenazada y atravesada por actitudes conflictivas y contrarias a coadyuvar una cultura de Paz.
Un fragmento:
(Fragmentos de la Introducción a cargo del autor)
Todo indica, que actualmente se resquebrajan las máscaras y corazas del machismo en muchos países. En esa proporción, las mujeres podrán elegir varones que incorporen una sensibilidad y expresividad ampliada, hombres que puedan amarlas en un plano de mayor igualdad.
Los hombres se han visto excluidos de poder integrar cómodamente ciertos aspectos sensibles durante milenios, con riesgo de perder prestigio y atractivo ante muchas mujeres. Hace tiempo atrás, se confundía esos rasgos y comportamientos sensibles con debilidad, en vez de protección y acompañamiento asegurador, como en realidad lo son.
Aun cuando conviven en la elección de algunas mujeres cierta preferencia por rasgos marcadamente machistas, contrarios a la expresión de ternura, se anuncia actualmente una apertura en ellas y en ellos, a la integración de ternura como expresión que se combina con la personalidad.
En este libro trato de la relación entre paternidad y ternura del varón por los hijos. Entre la paternidad y los afectos paternos. Más específicamente sobre la influencia e integración de estos en la relación actual del padre con sus hijos.
El rol del padre está cambiando en distintas sociedades. Y seguirá haciéndolo.
Hay distintas expectativas y deseos sobre el compartir con los niños los momentos cotidianos de crianza, y ver de cerca el crecimiento de ellos. Muchos varones comparten con sus vástagos tiempo y actividades de calidad como parte de sus logros y disfrutes.
Esto traerá consecuencias positivas en las nuevas generaciones, en términos de salud.
No hay familia y sociedad sin padre. Vale decir: sin padres.
No hay “buen padre” que no intente estar a la altura de las circunstancias, de su amor, de la provisión material y de la puesta de límites; de la inculcación de valores e instrucción y guía de los jóvenes. Esto transcurre en tiempo real, en el compartir periódico. Al estar acompañando situaciones y vivencias de los niños y adolescentes.
Hay escrito realmente poco sobre afectividad masculina positiva, por comparación a otros temas. Más aún, cuando el mismo incluye los afectos del padre; ya que referimos la afectividad materna naturalmente instalada en las mujeres, como el amor más puro. Siendo que el amor puro y entrañable del varón por los hijos, así como sus expresiones, quedan dados por supuesto y sin demasiada referencia primordial.
Sin embargo, en gran proporción, casi nada existe sin el rol y los afectos de quien, siendo adulto, ocupa las competencias y funciones que le corresponden al padre, a un verdadero padre; un adulto que, incluido en lo social y desde una gestión vincular, da cuerpo al apuntalamiento, provisión y guía de los niños y jóvenes.
No hay sociedad indiferente a las características y estilos de masculinidad adulta y a la relación que establecen los padres con los hijos. Estos vínculos ejemplares, la presencia de enseñanzas y educación amorosa, también en la puesta de límites: tallan hondamente en los jóvenes, formando conciencia y futuras actitudes.
Partiendo de esa base me pregunto qué relación existe entre los sentimientos y la paternidad; entre los afectos y el contacto periódico, con una paternidad presente y amorosa. Más integrativa. Más emocional en lo expresivo, firme en la enseñanza, presente.
Consideremos que también en psicología se ahondó menos sobre los afectos paternos y sobre la emoción de ternura que sobre otros temas. Ni qué decir sobre la ternura del varón, asunto postergado en ciencias sociales y en reflexiones que podrían sustentar una indagación profunda de los afectos del padre con los suyos.
Abunda excelente material sobre maternidad y sobre la vivencia gozosa de las mujeres al ejercitarla. No así sobre los vínculos entre el padre y sus hijos, considerando los sentimientos e interacciones del padre con ellos, así como las consecuencias de estos como constituyentes de subjetividad.
En este sentido, se ha cifrado como virtud y condición del buen desarrollo psicológico al amor materno y a las habilidades de crianza que parten de las madres, espaciando reflexiones sostenidas sobre la afectividad paterna: como talento y condición del buen y sano desarrollo de los niños y jóvenes.
La autoridad principal era paterna/masculina, coincidían al decir, relatos culturales antiguos. Presentes en todas las sociedades patriarcales. Se ha sostenido, en cambio, que la dulzura y suavidad tienen nombre de mujer. Polaridades que oscilan y pueden integrarse, en el mejor de los casos futuros.
Las divisiones polarizadas de roles y tareas, tienden a coincidir, al extremo, con las funciones que hombres y mujeres realizan de antaño en el mundo.
Partiendo de la disposición maternal corriente, en la mayoría de las sociedades, gestar, parir, amamantar y nutrir, arropar, proveer cariños y contactos cálidos se engloban en la disposición femenina al cuidado y nutrición de las criaturas. Mientras que en este cuadro, los hombres quedan en segundo lugar y desarrollo de competencias para compartir afectos placenteros con los niños y jóvenes, así como funciones de acompañamiento afectuoso con ellos. Tal es así, como se verá a lo largo del texto, que se ha supuesto propio de la afectividad adulta con los niños y jóvenes una autenticidad mayor por parte de las mujeres y escasos modelos propiamente masculinos de expresión cariñosa viril.
Para equilibrar la carencia de información valiosa y al alcance de todos, incorporé citas de prestigiosos especialistas en masculinidad y estudios de género reconocidos a nivel mundial. Previo a eso hice una exhaustiva búsqueda del material para insertarlo y enriquecer el texto. Con esta selección busqué limitar posibles sesgos, de los que no está exceptuado un autor.
Como psicólogo adhiero a pensar que la criatura (el ser humano) viene al mundo mayormente desprovista de ideas y de su formación moral e intelectual, así como de las habilidades e instrucción que le son provistos en vínculos de afecto con adultos.
En algo más que una decena de años, se despliegan las bases de la personalidad, la formación primera de la consciencia, junto a un despliegue de capacidades y maneras de ser, de responder y actuar con significados psicológicos.
Esto no significa que las conversaciones psicoterapéuticas se orienten a hablar de la ternura con frecuencia, ni tiene por qué ser así.
Digo acá, lo repito luego, la ternura es un componente emocional más; no el único. Uno principal y distinto a otros. El cual se ha pasado por alto, al paso y sistemáticamente.
En la psicoterapia, disciplina de la que partí para observar estos fenómenos que comparto a todo público, tenemos la idea de que: las emociones se entremezclan con las conductas, pensamientos e interacciones, retroalimentándose.
Una frase característica en psicoterapia es: “no son los hechos los que nos afectan, sino lo que pensamos de ellos”. Indicando que la evaluación, razonamiento y pensamientos automáticos que nos hacemos de los hechos influyen en la ocurrencia e intensidad de las respuestas y expresiones emocionales.
Popularmente se acepta que la ternura es la emoción de los niños, cuando estos son muy pequeños. Y decimos de ellos: “Ah, qué tierno”. Dejando salir con gracia una exhalación.
En los adultos se expresan, al igual que en la mayoría de los mamíferos, actitudes y gestos de cuidado amoroso hacia las criaturas. Tal es así, que cuando vemos a la hembra de alguna especie acurrucar y alimentar al recién nacido decimos: “Ah, qué ternura”. O podemos pensar así sin contradicción.
También hay ternura en el trato hacia los ancianos, hacia los padres, en las relaciones de pareja, con los amigos; la cual se expresa de manera más sutil y huidiza a la observación.
Como dije, en estas páginas trataré principalmente sobre la forma más huidiza y “olvidada” que es “la ternura del padre con los hijos”.
Nuestros prejuicios llevan a confundir esta emoción con blandura y debilidad.
El cariño es una forma básica del amor que se instala en las familias desde los primeros vínculos, y la primera edad del ser humano.
Es interesante poder preguntarnos si esta emoción corresponde a un patrimonio ancestral y privativo de las mujeres, o si se desarrolla diversamente dentro de la especie y de los individuos adultos, incluyendo auténticamente a los padres. ¿Qué relación hay entre el padre y los afectos tiernos? ¿Siempre fue así? ¿Hoy es distinto? ¿Por qué?