Viaje al fondo del río

Por Valeria Tentoni, Guido Ferro

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Julia Fernández Laín

Foreign Rights Manager

Sobre este libro:

Sinforosa pierde el broche de su abuela en el río. Desde la superficie cree verlo y se zambulle a su rescate. En el fondo del río conoce a los microcodrilos, cocodrilos diminutos que lloran y ríen, condicionando así las corrientes. Sinforosa debe encontrar la manera de generar las condiciones ideales para recuperar el prendedor, regresar a la superficie y volver a casa. Un libro lleno de poesía, en donde la protagonista se encuentra con un mundo diferente, submarino, y conoce criaturas particulares. Recuperar el broche, recuerdo de su abuela, la lleva a recorrer este mundo extraño, pero a la vez lleno de belleza, y a encontrar nuevos vínculos y nuevas experiencias.

Fragmento:

Sinforosa bajó de su árbol favorito: un sauce que ocupaba la última gota de tierra antes del río. Soltándose de la rama más grande, apoyó los dos pies de una vez en el suelo. Ahí solía jugar por horas, haciendo equilibrio perfecto. Nunca jamás se había caído de esa rama; era un brazo firme que se estiraba por sobre el agua y mojaba en ella sus trenzas vegetales.  Sinforosa se pasaba los días mirando la corriente pasar, entre los pájaros. Como a ellos, le encantaba ese árbol. Su verde monstruo amigo. Era lo primero que veía por la ventana cuando se despertaba a la mañana: las ramas caídas, pesadas, vencidas. ¡Parecía tan triste! Así que después de desayunar corría a levantarle el ánimo, trepándolo. Nadie lograba convencerla de bajarse de ahí, a veces ni siquiera para almorzar. Pero hoy tenía un motivo importante. Se le había caído al agua el prendedor que le había regalado su abuela.  Era dorado, azul y blanco, y en el centro llevaba dibujado un corazón color calabaza. Su abuela se lo había dado hacía mucho mucho tiempo, bajo promesa de cuidarlo más que a ninguna otra cosa. Sinforosa lo había desprendido de su saco para mirarlo de cerca y en silencio, como cada vez que la extrañaba. En eso estaba, entretenida en sus recuerdos, cuando:  ¡PLOC!  Sinforosa sabía exactamente en qué punto había caído, y ahora lo miraba fijo desde la orilla. En la superficie, pero,  N        A             D             A  ¡El agua no es dura, es blanda, y a las cosas se las traga! ¿Hasta dónde podía bajar en el río un prendedor con un corazón color calabaza?, se preguntó con desesperación. Para averiguarlo, iba a tener que entrar.  Lo primero que hizo fue sacarse las botas y acomodarlas al lado del árbol. Lo segundo que hizo fue arremangarse los pantalones. Pero ¿para qué?, si lo tercero que hizo fue avanzar y avanzar, entre el agua cada vez más fuerte y cada vez más fría, hasta que le cubrió los tobillos y después las rodillas y después todo lo demás. Con el agua al cuello, después de mirar al cielo celeste sin ninguna nube, Sinforosa tomó aire, se tapó la nariz y se hundió por completo.   Una vez hundida abrió los ojos y vio una gigantesca sopa marrón cruzada por los rayos del día. La luz entraba como si estuviera repartida en incontables alfileres dorados que alguien hubiera clavado en el río, aunque Sinforosa sabía que venía toda del mismo sol. Braceó y braceó y pataleó para seguir bajando hasta el fondo, a donde calculaba que ya habría llegado el prendedor.