La mujer sin razón

Por María Martoccia

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Laura Gelmini

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Sobre este libro:

Esta novela de la prestigiosísima escritora argentina, María Martoccia, trata de un relato familiar signado por la mirada de una niña de 10 años y un particular vínculo con una madre atormentada por la tristeza. En el medio, tensiones políticas, ideológicas, económicas y afectivas que hacen que esa familia deba deambular por diferentes lugares y realidades; lo que a su vez potencia la imaginación (y la escritura) de aquella niña. 

Martoccia ha publicado, además de en Beatriz Viterbo, en Emecé, Sudamericana, Tusquets y La Bestia Equilátera.

Fragmento:

—La señorita Ana —dijo mamá, pasándome el vestido nuevo por la cabeza—, quiere que seas como las demás: Mercedes, Loli… ¿lloraron?

—No —dije de pie delante de ella. El vestido nuevo era blanco, con volados en la espalda, como si le estuvieran creciendo alas.

—¡Ay! —exclamó Julita—. ¡Qué bien te queda!

Es una monada. Es la tela, Isabel. Las telas de París son preciosas. —Se agachó para quitarme unos hilos del dobladillo, y dijo: —Vos vas a hacer algo con tus lágrimas. Acordate.

—¿Qué?

—Algo, algo. Todavía no sé. Vení para acá. Me parece que está muy largo, ¿no?

Me miré el vestido.

—Está bien. Me gusta así. ¿Lo puedo usar mañana, mamá?

—¿Mañana? Falta terminar el cuello, pasarle una cinta acá, ves, no está prolijo. Si me quedo un par de horas más… —hizo una pausa, bajó la voz—. Sé buena, Isabel, ¿podés fijarte si llevaron a los mellizos? Hoy tienen pileta o… ¿qué tienen hoy?

—La abuela se enoja —respondí—. Dice que vos nunca los llevás a ninguna parte.

Mamá se echó para atrás, hizo un gesto de disgusto con la boca. Toda la cara se le puso fea. Dijo:

—La abuela Catalina vive quejándose. No le hagas caso. Si ella lleva a los mellizos o… —Levantó las cejas y, con picardía, añadió: —Pueden ir solos, ¿no?

Cerré los ojos, mis hermanos no podían salir a la calle solos. ¡Tenían cuatro años!

Julita bajó la cabeza. Pidió:

—Bueno, Isabel, ayudame. Si yo termino el vestido y la abuela se ocupa de los mellizos, podemos leer otro cuento.

Dudé, no sabía qué hacer. Mamá insistió:

—Leemos otro de ese libro que te gusta tanto, donde está el cuento del enano que se enamora de la infanta.

—¿Qué era “infanta”, mamá?

—Las hijas del rey —mamá se alisó la pollera—, las que nacen después del príncipe o la princesa. Vos serías la princesa y, si los mellizos fueran nenas, las infantas.

—Son varones, mamá.

—Infantes, entonces.

Nos quedamos calladas. Mamá ordenó algo en el costurero y cuando sacudió un pedazo de tela, una hilacha de algodón voló hasta la punta de su zapato, como si hubiera caído la hoja de un árbol.

Caminé hasta la puerta, no estaba segura de qué hacer. Antes de salir, me di vuelta y pregunté:

—Mamá, ¿el escritor de ese libro lloró mucho?

—Muchísimo. —Mamá se quitó la hilacha de algodón de la punta del zapato. —Toda la vida. Pero sus lágrimas se hicieron cuentos. Y eso es lo que importa.

—¿Y los cuentos del libro de lectura? —pregunté.

—¡Bah! ¿Esos? No son cuentos, Isabel. Ya hablamos de la escuela, hay que ir nomás. —Hizo un gesto con la mano y pidió:

—Andá, andá ahora. Decile a la abuela que lleve a los mellizos. Yo sigo con el vestido.

 

Translated by Rocío Molina Biasone - Edited by Paula Galindez