La Gran Enciclopedia Argentina
Sobre este libro:
Scolari, reconocido en el ámbito académico por sus trabajos sobre comunicación y medios y autor, entre otros trabajos, de Hipermediaciones (2008), El fin de los medios (con M. Carlón, 2009/12), Media evolution (2019) y Cultura Snack (2020), explora una nueva y sorprendente faceta en el terreno narrativo. La Gran Enciclopedia Argentina constituye un texto híbrido en el que irrumpen distintas voces y que invita a reescribir la historia argentina.Tan misteriosa y atrapante como el peronismo en sí: Carlos Scolari incursiona por primera vez en el ámbito de la ficción con una novela que seduce desde el principio. El autor recorre los laberínticos pasillos de la política argentina, ese mundo repleto de conspiraciones, de la mano de Francisco Muñoz, un agente de inteligencia de la Coordinación de Informaciones del Estado. El misterio comienza ya en la primera página, cuando la mismísima Eva Duarte de Perón encomienda a Muñoz una tarea tan compleja como imposible de rechazar: investigar los planes secretos de su marido, el presidente Juan Domingo Perón. Esto lo llevará a descubrir un proyecto ambicioso y tal vez inagotable: la redacción de La Gran Enciclopedia Argentina.
Fragmento:
Dale, comencemos. Ahora que encendiste el grabador, te lo repito una vez más: quiero que publiques todo lo que yo te vaya diciendo con las mismas palabras. Tenés que transcribirlas exactamente, una por una. Vos podés agregar lo tuyo y completar los datos, o sea, vos hacé tu trabajo, pero lo mío tiene que salir de forma completa y tal cual te lo digo. Si estás de acuerdo con esta condición, arrancamos cuando quieras. Bien. Mirá, la cosa empezó en diciembre del cincuenta, el quince de diciembre de mil novecientos cincuenta. Ese día mi jefe en la Coordinación, Ignacio Benjamín Roca, más conocido en su ausencia como el Gordo Roca, me llamó a su despacho. Ojo con el Gordo Roca: a primera vista parecía un tipo simpático, pero, atenti, te podía hundir en cualquier momento gracias a la información que manejaba. Sabía todo de todos. El Gordo Roca era un archivo con patas, muy discreto, pero podía bajar al pájaro que quisiera con un par de llamadas a los diarios. ¿Fulano molesta al gobierno? El Mundo publicaba fotos de fulano con su amante en las páginas de espectáculos y le arruinaba el matrimonio. ¿Fulano sigue molestando? Fulano reaparecía en la sección policial del diario, tomando champagne in fraganti con unas pibitas en un prostíbulo o, peor aún, en un cabarute de putos en el Bajo. La tercera semana ya nadie hablaba de fulano, era un cadáver vaciado por los caranchos de la información. Ese era el Gordo Roca, un tipo muy querido y respetado por esto que te estoy diciendo. Esa mañana, lo recuerdo como si fuera hoy, Roca sudaba a chorros a pesar del ventilador que tenía en su despacho. Vos sabés cómo es Buenos Aires en diciembre. Las gotitas le nacían en la frente y bajaban por el cuello hasta formar dos lagos axilares. Un día se enteró de que lo habían bautizado “la Cuenca del Plata” y no paró hasta encontrar al pobre desgraciado que le había puesto ese apodo. Mi oficina estaba en la planta baja, en la parte posterior del edificio, junto a la sala de los choferes y por encima de los equipos de radio del sótano. Apenas entré Roca me mandó llamar. El Gordo estaba alterado y no solo por el calor. –Buen día, Francisco. Siéntese y escuche con atención lo que voy a decirle. No lo repetiré: este es un encargo al más alto nivel. No se admiten errores. Solo usted y yo estamos al tanto de esta historia aquí dentro. Soy claro, ¿no? Cuando quería, o sea siempre, Roca era clarísimo, no se andaba con boludeces. –Tiene que ir a la Fundación. La Señora necesita un agente para un trabajo que se le informará ahí mismo. Lo esperan a las once y media. No vaya con chofer: tome un taxi y bájese un par de cuadras antes. Bueno, no sé para qué se lo explico… Ya sabe cómo funcionan estas cosas. La Señora. Yo también comencé a sudar. Vos sos un pendejo, no tenés idea de lo que significaba este pedido. La Fundación había sido creada un año antes por decreto ley. Al principio la Señora atendía en el viejo Palacio Unzué, la residencia presidencial en Recoleta, pero después había pasado a ocupar un despacho en el Palacio de Correos. Cuando me convocaron, su oficina estaba en el mismo edificio donde había funcionado la Secretaría de Trabajo y Previsión del General, frente a la Plaza de Mayo, al lado del Cabildo, donde ahora está el Concejo Deliberante. En menos de una hora me encontraba frente a la puerta de ingreso de la Fundación. Después de identificarme en la mesa de entradas y un par de llamadas de verificación, un joven me acompañó hasta el despacho de la Señora. No era complicado llegar a ella. A diferencia del General, que te hacía pasar por varios controles de seguridad y el detector de metales, la Señora era mucho menos maniática. Su despacho estaba ubicado en un ambiente enorme, muy recargado, con paredes recubiertas de madera y muebles estilo Luis XIV. ¿Lo tenés a ese estilo? Es el rococó. En la sala había varios sillones y sillas. La Señora salió a recibirme desde atrás de un escritorio interminable y vino a mi encuentro. Me dio la mano y me invitó a sentarme a su lado, en una de las sillas, junto a una mesita redonda. Los detalles. En la Coordinación nos preparaban para eso, para los detalles. Traje de alpaca gris de dos piezas. Chaqueta con dos filas de botones forrados en terciopelo al igual que el cuello. El tono de este gris, el de los botones y el del cuello, era un poco más oscuro que el del traje pero sin llegar a ser negro. Zapatos de vestir de taco moderado, cuero negro, ahora sí, casi con seguridad cuero trabajado en Italia, sin ningún tipo de aplique metálico ni pieza exterior. Camisa blanca de seda mulberry con botones de madreperla. La chaqueta del traje sastre retocada para vestir un cuerpo que cada día se encogía un poco más. La piel blanca, casi transparente, y unas ojeras apenas visibles bajo una ligera capa de maquillaje. La Señora se movió en la silla tratando de disimular una leve puntada en la ingle, pero no pudo evitar llevarse la mano derecha a la cadera. Los informes reservados que circulaban por el último piso de la Coordinación no se equivocaban. Un mes más tarde la operarían de apendicitis, pero en esos mismos informes aparecería subrayada su condena a muerte: carcinoma endofítico. Más adelante te explico cómo tapamos la enfermedad de la Señora. Fue una de las más grandes operaciones de inteligencia que se hicieron en la Argentina. Si querés, después te lo cuento. Un capolavoro hicimos. Antes de que se retirara el joven que me había llevado hasta su despacho, la Señora le encargó un café con leche y dos medialunas de manteca. Me interrogó con la mirada. –Solo un vaso de agua para mí. Una vez que se cerró la puerta, la Señora abrió el fuego. –No me han dicho su nombre. Hice un esfuerzo para no se sintiera el temblequeo de mis dientes. –Francisco Muñoz, señora. Para servirle. A usted y al país.