Historia natural y mítica de los elefantes

Por José Emilio Burucúa, Nicolás Kwiatkowski

Contacto

Victoria Britos

Administrator

En el siglo XVIII se situó el mayor punto de inflexión en la historia natural y moral del elefante. Por un lado, la Elephantographia curiosa, escrita por Georg Christoph Petri, publicada en Erfurt en 1715 y reeditada con ampliaciones en 1723 (usaremos esta edición para cuanto sigue), puede considerarse la síntesis enciclopédica de la vida simbólica de nuestro animal. Su frontispicio ilustrado es, en efecto, un epítome iconográfico de todo cuanto hemos relevado desde la Antigüedad. Seis medallones rodean el título y el nombre del autor. Los cuatro de los vértices muestran la figura de un paquidermo en diferentes posturas. El primero retrata al animal guerrero, con su castillo repleto de soldados de todos los linajes: un trompetero con casco antiguo, un arquero con turbante, etc. Su mahout es un indio, pero de las Indias Occidentales, pues está desnudo y coronado por una tiara de plumas (insólito detalle). El mote reza: “Magnos magna decent” (‘Las cosas grandes a los grandes convienen’). En el segundo medallón, se representa el elefante en lucha con el dragón, su enemigo eterno en la mayor parte de las fuentes que de él tratan, desde Plinio en adelante (en el Medioevo cristiano, este odio mutuo tuvo, según hemos visto, una interpretación religiosa que reforzó la identificación entre el elefante y Cristo en combate contra el demonio). Aquí, el paquidermo parece ser el vencedor, aunque el mote nos remite más bien a la tradición según la cual el elefante y su enemigo mueren ambos en combate (“Aut mors aut vita decora”, ‘Tener decoro en la muerte como en la vida’). La tercera escena corresponde al animal en el acto de levantar su trompa para adorar a la luna. El lema, “Pura placent superis” (‘Las cosas puras gustan a los dioses’), subraya la grandeza de alma que caracteriza a la bestia piadosa. En el cuarto medallón se ve un elefante que acaricia con la trompa un rebaño de ovejas. “Mansuetis grandia cedunt” (‘Los grandes ceden ante los mansos’) es la didascalia que resume la magnanimidad y la bondad del gigante. Dos emblemas completan los costados en la página del frontispicio. El primero es un elogio del ser que se mantiene incólume ante la adversidad: el laurel, en este caso, que resiste el golpe de los relámpagos: “Manet integra Laurus” (‘Permanece íntegro el laurel’). El segundo emblema es una suerte de talismán: cinco serpientes se enroscan sin éxito alguno en el tronco y las raíces de una palmera. El mote subraya la resistencia física y moral de su destinatario: “Nec hydra nocebit” (‘Y no lo dañará la hidra’). Este aguafuerte y los demás que ilustran los capítulos de la obra han sido delineados por Tobias J. Hildebrandt, pintor activo en Leipzig en el filo de los siglos XVII y XVIII, especialista en retratos (Thieme-Becker, XVII, 81). Parece claro que sus imágenes proceden de la frecuentación de estampas y no de la observación directa del animal. De hecho, varias láminas del libro de Petri reproducen las impresas por los De Bry en sus Petits Voyages. Pero es fácil comprobar que casi todas ellas dependen de la iconografía habitual, más que nada si se tienen en cuenta las posturas de la trompa, las rugosidades de la piel en las patas y los contornos de las orejas, muy próximos a los retratos del paquidermo que encontramos en los libros de historia natural y zoología, editados desde el Renacimiento hasta finales del siglo XVII. El grabador, experto en el aguafuerte, fue Jacob Petrus, maestro en Erfurt en la misma época del libro (Thieme-Becker, XXVI, 505). En el texto de la dedicatoria del libro, dirigida a Lothar Franz von Schönborn, príncipe arzobispo de Maguncia y elector del Sacro Imperio, Petri insiste en trazar el mismo perfil del elefante que desciframos en el frontispicio. Pues dice que, a pesar de su aspecto horrible, el creador trinitario le otorgó “dotes insignes y estupendas que lo colocan entre las más sobresalientes criaturas por derecho y mérito”. Son admirables en el elefante su “docilidad, mansedumbre, obediencia, probidad, equidad, sagacidad, pudor, fidelidad al Señor, castidad, templanza, habilidad para muchos ejercicios, índole adecuada tanto para usos bélicos como económicos, preeminencia de su marfil, que a los médicos impresiona, y muchas otras cosas muy dignas citadas por los grandes autores clásicos, los historiadores, los científicos de la naturaleza y los médicos”. El proemio arranca con las mismas laudes del “más grande de los cuadrúpedos, inquilino del Asia y del África, peregrino entre los europeos y los americanos, bruto no bruto, animal admirable”. La sapiencia divina produjo este animal como “complemento del universo para que surgiera la mayor gloria del nombre de Dios y los mortales tomaran ejemplo de la fiera inmensa”. Al mismo tiempo, el ser humano debe agradecer al Creador la facultad que este le concedió de dominar a una bestia tanto más grande que él y capaz de infundirle “miedo y terror”.