La boca del infierno
Sobre este libro:
La Boca del Infierno es un libro de breves poemas en prosa de María Negroni, escritora, traductora y una de las poetas más destacadas de Argentina. Publicado en México y en Argentina, el libro fue también traducido al inglés.
Los poemas reunidos tienen como inspiración y eje temático la vida de un personaje histórico real, el duque Pierfrancesco Orsini, cuya historia fue también abordada por Manuel Mujica Lainez en su célebre novela Bomarzo. Excéntrico, aquejado de una malformación que lo atormentó toda su vida, el duque de Bomarzo es célebre por el jardín de inmensas estatuas de piedra que construyó en honor de su difunta esposa, Giulia.
Desde la voz del duque, María Negroni recorre entonces los senderos de este jardín de estatuas y examina el corazón de un hombre de una pena sin límite. El lenguaje es delicado y frágil, pero a la vez cínico y de una belleza deslumbrante.
Fragmento:
La Boca del Infierno
De noche estamos más cerca de Dios.
Manuel Mujica Lainez
La fronda oscura casi cual, sin latitudes. Y un edecán para decir algo de nada y remontar el río de la sangre. Como si hubiera algún abrigo en el tablero humano. Y luego, en medio del camino, donde acaba lo que no acaba, una inmensa puerta, franqueable e infranqueable, a las áreas glaciales de un alma.
* * *
Allí donde los miedos se empluman como faisanes, yo, el hombre quebradizo, el tenebroso, el viudo sin consuelo. He aquí un refugio: exhibir el daño, festejar lo inhóspito de ser. Poco más es posible: un diccionario del cuerpo, un frenesí de imágenes privadas contra un fondo de oprobios y masacres. Por ese enmarañado rumbo, espacio sin figura, las demás criaturas. Llamean las antorchas. Se amotina el friso de los deseos.
* * *
¿Qué sería lo más mío del mundo? ¿Qué forma echa raíz en la raíz de aquello que no tengo? ¿Qué escándalo de espadas como una musiquita irónica y fallida? En esta orgía paupérrima, cambian los actores pero no el suplicio, no el museo indescifrable del amor y la muerte. Lo puede todo la nada que me habita.
* * *
Llamativa la idiotez de ciertos hombres. En sus meticulosas madrigueras izan un velamen que los cubre, y así acumulan una flaca dicha, un tétrico tapiz zurcido con gestas avarientas. Admirable máquina ese nido. Un poco más allá, desdibujada, contra el fondo de un juego sin motivo, la música absoluta. Último cuerpo. Agua que no has de beber.
* * *
El infierno tiene muchas bocas: una de ellas es la letra confusa de mi vida que contiene el signo de mi propia muerte. A esa boca la he visto pocas veces. Había allí un terror, un campo de energía lóbrega e intensa. De lejos, me pareció un templo, una hirviente humareda donde unas hienas miraban todo con fervor lascivo. A ese emblema abstracto, le debo mis mejores páginas, las menos falsas.
* * *
Lo efímero, de pronto, deslumbrante, como el juego perspicaz de la escritura. Una gran curva. Un río de hermético prestigio distraído de su propia andanza. Ciertas visiones posibles, que podrían captar el grito humano. Tenebrosa hermosura que canta en los oídos, un poco pariente de Dios, como excrescencia de algo que olvidamos.
* * *
Mis obras no existen. Esto no ha impedido que rozara el misterio. Sobre todo, cuando pienso en mi país de infancia, y la congoja y yo estamos desnudos y muy ocupados, y de pronto la noche es un inmenso lago donde navega altísima la barca de la luna.
* * *
A veces, también, comparecen la euforia y la pasión del caos. Desde la altura de sus nichos, los hombres catalogan la nada, como quien llena las hojas de un árbol ilustre. Así pasan las horas, los siglos. De vez en cuando, descienden de un cerco a otro, se acercan a algún deseo que ignoran o se aparean con violencia, imaginando alguna gesta heroica. La ciudad es esta escuela de énfasis inútil.
* * *
Otra de las bocas es ella, vituperada y temida, cuyas formas duplican el vacío pleno de lo femenino. Nunca sabré decirlo, pero lo sé de cierto: hacia ella voy cuando me olvido de mí mismo, de ella brotan mi amor sin nadie, mi casa pensativa, mi última verdad. De su fulgor de llamas de ardiente vía, donde habitan los monstruos erguidos en mi orgullo.
* * *
Incendios y depredaciones. Rufianería y otras roñas. Ahogamiento. Ignominias. Pasadas a cuchillo. ¿Qué vida nueva brota de estos crímenes? ¿Qué suprema santidad de guantes rojos? Insólito cariz del vilipendio, también la palabra en su cueva, su mala selva, su noche oscura que la riega, indescifrable planta del demonio.
* * *
Revuelto el pelo, el vientre cóncavo, el péndulo de las caderas. Exhibidas la mancha y la colina del sexo. Como dispuesta a intimidades, cada vez más cierta y más incierta, ella y sus delicias. ¿La belleza como gran alivio o como sufrimiento atroz? Un progresar temeroso en el predio de la sensualidad. Animal que se deja. La vida aguarda con sus armas prontas.
* * *
Más secreta de mí que no los otros, como quien habla y llora a un tiempo, ella se ha entrado en su feudo. Ambas las manos como indicando el camino a la ciudad doliente. No hay tregua en su ilusión. Miembro quieto ninguno que mantenga. Entre la orilla y su promedio, el mundo se desvive a sus pies. Velocísimo, el más subido canto como si huyera de qué.
* * *
Curiosa impaciencia de los caballos. Confusión de ballestas, arcabuces. Una especie de circo lujoso o compañía real. Es siempre así el comienzo de una milicia: los hombres más duros, los más viriles y hermosos, dispuestos al combate sexual, a luchar solos contra la muerte. A veces, una mano recubierta de anillos. Falta mucho para la cortesía. Conciliábulos siguen, y esa tristeza diestra de los saltimbanquis.
* * *
Aberraciones sin más dibujo preliminar que éste: los hombres se adiestran en la emoción carnal, perfeccionan su repertorio de dudas, van y vienen por tinglados, como dioses crueles. Simultáneamente inquietos y seguros, se roen las uñas, cazan, componen versos ligados a una sola y bicéfala ambición: ser y no ser un pájaro lujoso en la jaula mortal. Estas escenas no pertenecen a la realidad. Apenas la buscan. La vuelven caída, empeño a favor de una herida urgente.
* * *
Una mano como un tulipán, un secreto en el pecho breve. De pie contra un nido de sombras, aparición lunar, el cuerpo hacia alguna elocuencia. Hay espectros que danzan en ese aquelarre vivo, monstruos quietos que intercambian con nadie miradas tremebundas. ¿Qué creer de tanta ambigüedad? ¿De la conciencia que expulsa al mundo cada vez que lo piensa? Una y otra vez, entre las cosas de la tierra y un más allá problemático, el hilo de mi vida alucinada.