Humus... humus
Sobre este libro:
"La identidad y su contrapartida, lo discordante, hablan hondamente en Hummus... hummus. Ecuación y metáfora campean en la lírica de Luisa Futoransky: ilumina lo singular y observa con escéptica simpatía. Así vuelve a poner en juego la decisión por un mundo posible, dónde la indignación sacuda, todavía, la opacidad de una sociedad dormida"
Un fragmento:
Tengo ya…?:
No desdeño ripios ni rápidos,
remansos, descansos,
espejismos ni trechos cristalinos.
Tampoco el efecto catarata porque alguna vez fui rumorosa
y otras meramente cantabile
o dolida y sorda.
También silenciosa.
Lo que cuenta:
Tengo ya acaso una lengua navegable?
Decime
decí
10-2-19
Su mejor perfil:
Heredó la mano fértil y cultiva flores humildes
también se le dan felices las rosas, el tabaco ornamental
y el arbusto del jazmín.
Manos de hada, a veces
Bajo los nísperos:
No es que me gusten ni que sean especialmente estéticos o tan siquiera fragantes.
Es un árbol frutal bien cualunque.
Es un lugarcito en un villorrio que hace mucho, insisto, que no existe.
Éramos una familia pobre y él no pedía nada. Se contentaba cada tanto con el agua jabonosa que quedaba tras lavar la ropa.
Estaba en su derecho de dar poco. Ni para un frasco de mermelada. ¿Dulce de níspero; dónde viste?
Sin embargo resistió y supo encontrar amparo bajo el alero de mi desvencijado corazón. I
Irse no piensa.
Narducho:
El paisaje de mi infancia está perdido. No existe.
Nuevo trazado de calles, nuevas casas. Para mí dejó de ser un plano geográfico en el mapa.
Es un lugar de una sola memoria y una sola emoción. Ahí, yo sumergí un mundo: la niñez, los bichos, los parientes y vecinos.
Los primeros inviernos y el juego: chapotear en la escarcha.
El horno de una panadería y Narducho, en el terreno baldío, que a guisa de zapatos tenía tablitas de maderas en los pies envueltas en retazos de arpillera y en la mano para todo servicio, un jarro de hojalata. Como estampita de San Francisco. O inocente de epopeya rusa.
Loco tranquilo, loco de barrio, en Santos Lugares, que tampoco existe.
Google maps que miente poco me acaba de confirmar que mi adolescencia tampoco existe. Demolieron la casa para construir quién sabe qué. En su lugar, al frente, quedaron paneles publicitarios. Los ladrillos rojos de la vereda todavía están. El arbolito, raquítico entonces, sobrevivió. Por cuánto tiempo, se lo pregunta.
De mi juventud es normal que ni cenizas queden. Íbamos por pensiones de mala muerte. Vivíamos en subsuelos. Dormíamos en jergones.
Viajábamos por trenes de frontera y camiones. Fumábamos guano. Zafábamos como mejor creíamos. La lágrima queda y florece mejor dicho, irrumpe.
Póker de nada:
de vez en cuando hilachas de un sueño fermentan entre los dientes
a la mañana cepillos y dentífricos a prueba de olvido y herrumbre
hacen como que disipan la pérdida –recurrente– de la valija
blanca, estriada, flamante, metálica
fue en un descuido, un mirar para otro lado en el andén:
una estación de ferrocarril desconocida
es de día y el relato complicado
caminar para atrás no se puede
quedarse ahí parada tampoco
y para qué
enjuague querida, enjuague
color mata full