Algunas familias normales

Por Mariana Sández

Contacto

Andrés Beláustegui

Director

Sobre este libro:

Vecinos de un consorcio, compañeras de oficina, dos hermanas ancianas inseparables, un directivo desempleado, un remisero que no ha logrado formar familia… Se puede decir que los protagonistas de estos cuentos son “gente común”, pero el arte de Mariana Sández es mirar lo habitual y ordinario un poco más de cerca, correr la mirada ligeramente hacia los costados, para encontrar esa sutil deformidad que abre la puerta a mundos fascinantes, tan personales como extraños, y que nos confirman que de cerca nadie es normal.

Un fragmento:

Literatura

Cosa extraña, me desperté haciendo listas. Todavía en la cama, con la persiana entreabierta y una faja de sol sobre las sábanas, listo mentalmente mensajes sin responder, tareas del trabajo que quedaron pendientes desde el viernes, posibles comidas para esta semana. Actividades que podría compartir con J para intentar ablandarle la apatía en la que la fueron empujando la pubertad y el encierro por la pandemia, todo ese desastre.
Listo libros que me comprometí a reseñar y traducir en los próximos meses, aunque tengo pocas ganas de leer o de escribir. Mejor dicho, muero de ganas pero no puedo. Una cuota de horas se va anestesiada en la desidia: el cansancio llama al cansancio, la inactividad empantana lo que parecía energía, y la mitad más enorme de la jornada es deglutida por las listas de las listas sin cumplir.
Lo cotidiano, antes llevado por los pulmones de un coro, ahora es una maternidad a capella, sin el alivio de la escuela, las maestras, las amigas, las abuelas.
Listo los supermercados que quedan lejos para poder caminar, única libertad que nos es permitida desde que empezó el aislamiento; libertad amarrada por códigos y silicios, un poema. Salgo con la bolsa colgando vacía y una lista de víveres en el bolsillo: necesarios e innecesarios, para justificar la huida. P me mira intrigado: ¿Otra vez vas a comprar? ¿Querés que vaya yo? Digo No o Me hace falta.

Caminar y fantasear para mí son sinónimos, o caminar y escribir. Escribo mucho en movimiento, en el aire, me dijiste que te pasa igual.
Es tal la cantidad de pavadas que se me ocurre comentarte: se abultan y me obligan a andar lento para ordenarlas, tratar de que se queden quietas. Ya sé que después me las voy a olvidar y vamos a terminar hablando de cualquier otra cosa instantánea.

Instantánea: vos y yo hace —cuento: diciembre, enero, febrero, marzo, abril, mayo— seis meses en un hotel de México. No existía entonces la peste.
Si vas lejos, puede pararte la policía, mantenete dentro del radio permitido, me advierte P. No me preocupa, soy buena para mentir, inventaré sobre la marcha algún producto que no se consigue y explica mi desviación hacia la zona prohibida. Para cosas así, que requieren desfachatez anónima, soy buena actriz. A mis hijos les divierte esa facilidad mía para representar papeles salvadores, me sale bien hacerme la tonta, la reacción de la víctima que consigue lo que quiere porque simula no saber, no entender, no haberse dado cuenta, sentir tremendamente el error, pedir disculpas con el genuino arrepentimiento de una carmelita descalza, sonreír cuando es oportuno con la fuerza o la debilidad en las dosis convenientes. Detesto enseñarles a mentir pero intento demostrarles que uno puede actuar sin mirarse tanto en el espejo de los demás. Les digo: Nunca sigan a Vicente (donde va la gente). Se ríen a carcajadas, aunque el encierro fue estropeando las risas.
Esa faceta es algo que desconocía de mí y descubrí con la madurez, con esta arma empuñada es difícil sentir miedo. Disfruto de este autoconocimiento que trae la edad y desde ese lugar no extraño nada la juventud. Jamás le envidiaría a un joven su extremada incertidumbre, el titubeo para avanzar, el zigzagueo para confiar en uno mismo, la brusquedad para relacionarse, las alambicadísimas penas de amor, el retorcimiento. (Aunque miranos a nosotros, más bien mirame a mí, hecha esta catástrofe, una farsante patética).
Farsa. Obra de teatro cómica y satírica, en especial aquella que satiriza los aspectos ridículos y grotescos de ciertos comportamientos humanos.
Por eso escribo, porque sé mentir. O no sé si habrá sido al contrario: porque tengo un buen mentir me atrajo la literatura.

Inauguré este espacio para poder seguir mi diálogo con vos sin que te enteres. Escribo en este diario para evitar escribirte. Para no entrar a deshoras en tu territorio privado.
Lo único auténtico que sé hacer, escribir en vano, escribir para nadie, mi especialidad: hablarle a alguien ausente, desapercibido o dormido, como seguramente estarás vos ahora en tu ciudad, en otro país, al lado de C. Puedo imaginarte.
Escribir
es en realidad
dedicar mis horas a borrar lo que pienso/siento.
Ir hacia atrás.
Escribir: una forma secreta de perder el tiempo que los demás idealizan como tarea superior. Lo mío en nada comparable a lo tuyo, que escribís para un público preparado, auténticos seguidores, huestes, fanáticos.
Me sorprende que la literatura, un acto y un producto tan sinsentido, sea para algunos como vos y yo una sustancia así de pregnante. Que nuestros estados de ánimo —lo hemos conversado— respondan cada día según el éxito o el fracaso de las palabras.
Farsa: dícese de ideas como éxito o fracaso.

El otro día fui a buscar el libro que llevé a México para disertar y de adentro cayó una serie de papeles. ¿Adiviná qué? El talón del pasaje en avión, la cuenta del hotel (solamente me cobraron algunas cosas que consumí del frigobar: un chocolate, un par de cervezas), y el ticket del último café con vos. No sé por qué lo guardé yo si no pagué.
¿Querés saber un detalle todavía más tonto? Iba a tirarlos a la basura y me frené, los metí de vuelta adentro de la solapa. Raro, en general soy de desprenderme de las cosas vencidas. Entonces fui consciente de cuántas veces debo haber recorrido ese mismo microitinerario gestual y mental desde que volví de Guadalajara: voy, abro el libro, caen los papeles, pienso en tirarlos, me resisto, los dejo adentro, seguís ahí.

Cuando consigo salir, ando por el barrio con la ajenidad emperrada en el cuerpo, una especie de resistencia o de capricho. Flaneureo con la idea de que tarde o temprano voy a poder volver al pasado para enmendarlo: borrarte.
Tan mareada ando que a veces en la calle te confundo con otros, a pesar de los mil doscientos treinta y cinco kilómetros de nube y la inmovilidad del confinamiento. Es mayo de 2020 aCo (año-covid). Acá son las veintitrés horas covid ¿y allá? (...)