La ciudad latinoamericana. Una figura de la imaginación social del siglo XX

Por Adrián Gorelik

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Marcelo Mingiano

Business Manager

Sobre este libro:

Es un libro de gran interés para latinoamericanistas que trabajen el siglo XX desde disciplinas como la historia urbana, cultural e intelectual. Con foco en el período de la Guerra Fría, este libro reúne quince años de investigación de Adrián Gorelik, el mayor especialista en este campo de estudios. Analiza el desarrollo histórico de la noción de “ciudad latinoamericana” entre 1940 y 1980, entre la esperanza desarrollista y modernizadora (que confiaba en la ciudad como espacio de integración y de transformación social) y la utopía revolucionaria (que, a partir de los 70, verá a la ciudad como un obstáculo para el cambio social). Es un libro fundacional, de consulta, que reconstruye el período en el que América Latina fue un proyecto regional sólido y potente, algo que se manifestaba en las redes de intelectuales, planificadores y políticos tanto de la región como de los Estados Unidos que organizaban espacios de trabajo común en el marco de instituciones como la Cepal o de fundaciones privadas o de agencias gubernamentales. Cuenta la historia del continente desde el prisma de la ciudad y los problemas urbanos.

Fragmento:

Este libro trata sobre un fenómeno fulgurante que ocurrió en América Latina entre las décadas de 1940 y 1970, cuando la intensidad social, política y cultural de la transformación urbana interesó a lo más experimental de las ciencias sociales, que también se estaban reinventando en ese proceso. Se sabe que la ciudad contiene las más diversas dimensiones de la vida social, les da forma y les sirve de soporte y metáfora al mismo tiempo. Así ha sido a lo largo de toda la historia, pero ello no significa que la ciudad ocupe siempre un puesto de tal relevancia en la reflexión sobre la sociedad: solo en contadas coyunturas todo parece volverse “urbano”, desde los temas de la teoría política a los de la psicología social. Una de esas coyunturas fortuitas se produjo en el período que tomamos aquí, cuando la ciudad se volvió indistinguible de las nociones de modernización y desarrollo, y las tres juntas ocuparon una parte decisiva de la conversación pública, de los programas políticos e intelectuales y de los temarios estatales. El resultado fue la creación de la ciudad latinoamericana como una figura de la imaginación social. Porque la ciudad latinoamericana de la que se habla en este libro no tiene una existencia material; no es –digamos– una “ciudad real”, sino un artefacto de la inteligencia, que organizó en torno de la cuestión urbana una serie de representaciones sobre el pasado y el presente de América Latina, y muy especialmente, sobre los rumbos necesarios para su transformación.

Se trató de una figura muy potente, que activó no solo el pensamiento social latinoamericano, sino que atrajo la atención de los centros intelectuales más diversos, en particular los de los Estados Unidos, de donde provenían instrumentos analíticos novedosos para abordarla y buena parte de los modelos institucionales, así como de los recursos económicos que permitían hacerlo. La ciudad latinoamericana tenía, por cierto, especiales atractivos para generar tal interés, ya que permitía asomarse a varios mundos que parecían remitir, a la vez, a diversas eras históricas: su transformación explosiva coincidía con la experiencia de muchas ciudades del Tercer Mundo, en regiones que comenzaban su urbanización con migraciones multitudinarias del campo a la ciudad, similares a las que ocurrían en nuestro continente; pero a diferencia de la mayoría de las ciudades asiáticas o africanas, esa transformación tenía por detrás siglos de plan urbano, ya que aquí la ciudad fue, desde el siglo XVI, un experimento de avanzada del pensamiento europeo que moldeó el continente y fue moldeado por él.

La propuesta general del libro, entonces, es una historia intelectual del pensamiento sobre la ciudad que permita recuperar, a través del prisma urbano, el fulgor de esas décadas de mediados del siglo XX, el período en el que quizás con mayor perseverancia llegó a formularse la idea de Latinoamérica como proyecto, sea en versión desarrollista o revolucionaria. La apuesta es que, al colocar a la ciudad en el centro de la dinámica intelectual de esas décadas como la cifra perdida que estructuró programas culturales, políticos y también académicos, se consiga dar una nueva inteligibilidad al período de conjunto.

Para hacerlo, el libro se organiza en cuatro secciones: una apertura y un cierre, y dos partes centrales. En la Apertura se ofrece un cuadro general del ciclo de la ciudad latinoamericana, con foco en dos cuestiones: el modo en que el pensamiento sobre la ciudad se fue tramando con las más variadas dimensiones del debate político-intelectual y de las ciencias sociales en todo el continente (temas, protagonistas, instituciones), y el rol que jugaron las relaciones con los Estados Unidos para definir tanto el modo de interrogación de la ciudad cuanto su magnitud política, en momentos en que la Guerra Fría redefinía ambos, el campo académico-intelectual y el político. Y si puede calificarse como “ciclo” es porque aquellos temas, protagonistas e instituciones que producen la ciudad latinoamericana describen juntos durante esas décadas el pasaje a través de un arco completo de posiciones: desde el desarrollismo al dependentismo, desde el optimismo modernizador a su inversión radical, la exigencia revolucionaria que, si bien no fue menos optimista, reservaba un lugar opuesto para la ciudad en su modelo de transformación social.

En la Parte I, “Por el camino de la etnografía”, se reconstruyen los debates sobre las migraciones del campo a la ciudad y sus manifestaciones propiamente urbanas: la proliferación de villas miseria, favelas, barriadas, y todas las formas de la marginalidad, un término que en sí mismo iba a ser objeto de grandes controversias a lo largo del ciclo. Sabemos que las relaciones campo/ciudad han sido decisivas en toda la historia latinoamericana, pero quizás nunca recibieron tanta atención ni fueron objeto de tanta especulación teórica o vehículo para tantos experimentos como a lo largo de este ciclo. Se trata de debates etnográficos y sociohabitacionales que proveyeron a la ciudad latinoamericana de su definición más característica, ya que lidiaron con un fenómeno que en muy pocas décadas llegó a invertir los patrones demográficos de América Latina convirtiéndolo en un “continente urbano”, tan marcado por la precariedad y la desigualdad como antes, cuando era un “continente rural”, aunque en la ciudad esas características ganaron una visibilidad que las puso en el tope de la preocupación pública. […]

En la Parte II, “Bajo el signo de la planificación”, se analiza el surgimiento de un campo académico-intelectual específico para estudiar la ciudad e intervenir en ella, el de la planificación urbana y regional, que fue creando una urdimbre institucional con la aspiración de cubrir todo el continente. Pero, sobre todo, se busca entender la marca profunda que el verbo planificar, con su tensión hacia la praxis, dejó sobre el conjunto de la investigación social: basta verificar la presencia de los temas urbanos y regionales en los programas de las instituciones latinoamericanas de ciencias sociales desde su propia creación –esa proliferación de centros de estudios en cuyos nombres no suelen faltar las palabras “desarrollo” o “planeamiento”–, insertas en redes académicas internacionales, pero a las que aquella tensión a la praxis llevó también a vincularse, de modos crecientemente complejos, con los procesos de transformación locales y las demandas de los Estados nacionales, que habían adoptado la noción de planificación como un pasaporte voluntarista a la modernización social. En este caso, el curso que siguen los capítulos arranca en la experiencia de planificación regionalista del Valle del Tennessee y los planes de cuenca que se derivaron de ella en México, Argentina y Brasil; se detiene en la fase de la planificación desarrollista en Puerto Rico y Venezuela (Ciudad Guayana); acompaña el “desvío arquitectónico” que produce Brasilia, y finaliza con la consolidación institucional de la red de pensamiento urbano con doble foco en Santiago de Chile y Buenos Aires, analizando muy especialmente el rol que tuvo en esa consolidación la experiencia de la Cuba revolucionaria.

Finalmente, en el cierre “Compañeros de ruta”, se vuelve a recorrer todo el ciclo, pero a través de las miradas, a veces escépticas, a veces comprensivas, de la historia y la crítica cultural. El imperativo planificador creó un campo historiográfico a su medida: el de la historia del proceso de urbanización, inclinado de forma excluyente a los enfoques sociodemográficos sobre la ciudad. En ese contexto, sin embargo, para su definición, la ciudad latinoamericana precisó una perspectiva cultural, que quedó a cargo de las tres figuras excepcionales de Richard Morse, José Luis Romero y Ángel Rama –muy contrastantes respecto del conjunto y muy diferentes entre sí–, que nos permiten entender desde otro ángulo el final de toda una época en la concepción de los estudios urbanos y su reemplazo por la cultura urbana latinoamericana.

Como se puede advertir, todas las secciones recorren el ciclo completo, pero desde perspectivas diferentes, porque cada una lo reconstruye por medio de los distintos lenguajes con que la ciudad latinoamericana fue producida: las voces de la etnografía y la sociología, de la arquitectura, la planificación y la historia cultural, pero también los dialectos de las instituciones gubernamentales o de los centros de investigación, de las fundaciones norteamericanas o de las agrupaciones de base. Como toda figura de la imaginación social producida en el pasado, la ciudad latinoamericana no surge del trabajo histórico con una silueta unívoca, sino como un mosaico desajustado, hecho de piezas irregulares que no calzan entre sí con exactitud: representaciones sociales, discursos científicos, programas políticos, imaginaciones artísticas, ideologías.