Club de máscaras

Por Franco Vaccarini

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Diego Medina

Socio Gerente

Sobre este libro:

Gustavo es un nene inteligente, creativo y simpático, pero que detesta practicar cualquier tipo de deporte. Sin embargo su mamá piensa que el deporte es fundamental para su vida, por lo que ha pasado por fútbol, tenis, básquet y natación, sin resultado. Su única motivación para ir al club, es ver a Sol, la chica que le gusta. Hasta que un día de tormenta todo se da vuelta y tiene que enfrentarse a sus propios miedos. Franco Vaccarini es el autor de esta novela corta donde de forma divertida y sencilla logra describir emociones propias de los adolescentes.

Un fragmento:

No sé si estaba pensando en Sol y me había olvidado de la vida o qué, pero no vi cuando la pelota se acercó, no vi cuando estaba a punto de golpearme la cabeza y sí la vi justo antes de explotar en mi cara como una bomba. Caí sobre la arena, entre los juegos de los más chiquitos, retorciéndome, con las manos en mi nariz con algo tibio que comenzaba a salir. Unos minutos antes, me había apoyado sobre una hamaca, esperando que llegara la hora de mi clase de natación y mientras me balanceaba no había en mi cerebro más que la nada misma, o Sol y la nada. Ahora, tenía vergüenza, la vergüenza de un pelotazo mientras estaba distraído. Sí, estaba distraído de los pelotazos, pero no de otras cosas, porque a mí me gusta pintar, me lo paso imaginando cuadros que después pinto en mi cuarto, de día y con las ventanas abiertas “para no intoxicarte con la trementina” como dice mamá; porque pinto al óleo, sobre lienzo. Jamás me cortaría una oreja como Van Gogh, jamás; pero sí que me gustaría pintar como él. A mí manera, pero con esa magia. Qué sé yo. Que un tulipán pareciera eso, un tulipán. Que una estrella resultara ser, nomás, una estrella, pero viva. Me gustaría pintar como él, cosas vivas. Mamá dice que voy a tener tiempo para pintar cuando sea mayor. ¿No tenés nada para estudiar?, me pregunta, apenas me ve frente al atril, pincel en mano. Es un atril casi de juguete, me lo regaló para un cumpleaños, pensando que lo mío era un entusiasmo pasajero. Según ella, el club es fundamental para mí. “El deporte es formativo”, sentencia. Le faltaría decir que cuando pinto me deformo. No sé de dónde me vino lo de la pintura, no hay pintores en la familia. A Van Gogh lo descubrí en un libro, en la biblioteca de la escuela; el libro tenía las reproducciones de sus cuadros más famosos. Después supe el asunto de la oreja, que todo el mundo conoce, si hasta hay un grupo de pop español, que se llama, justamente, La oreja de Van Gogh. ¡Pobre!, si los escuchara, se cortaría la otra oreja. Igual, no quiero hacer chistes con la desgracia ajena, yo lo quiero a Van Gogh como si fuera mi hermano, no es por confianzudo, en serio. Solo que me da melancolía que ahora hablemos tanto de él y él no fue feliz cuando vivió. ¿O habrá sido más feliz que nadie cuando pintaba ese cuadro de la noche estrellada? Pero ¡qué iba ser feliz!, si estaba internado en un manicomio. Y… a lo mejor sí. Era feliz al pintar, infeliz al no pintar. Yo creo que hay que revivirlo a Van Gogh, se merece otra vida. O no dejar morir a los que ahora son como él, también se merecen otra vida. En serio. Siempre pienso estas cosas cuando me angustio. Creo que mis ganas de pintar vienen de la timidez y de alguna cosa más oscura, no sé cómo decirlo: todavía no me salen cuadros alegres. Ya me saldrán. Yo también siento que, a veces, me merezco otra madre. O que mamá sea otra, de vez en cuando, para darme un alivio. ¡Ufa!, mami. Gracias a Sol, ir al club es más fácil. Siempre estoy pensando en Sol, en todas partes pienso en Sol. Me gustaría pintarla, algún día, alguna vez…; pero ahora la nariz me sangraba por el pelotazo y me sentía fatal; además me daba vergüenza que el chico que había pateado la pelota sintiera lástima por mí. Una mamá y su nene de cuatro años me miraban con lástima, también. Alguien me dijo que tenía que ir a la salita de primeros auxilios y yo ni contesté. No sabía dónde estaban las palabras en ese momento; mi cabeza era un desorden; sentía un gusto extraño en la boca, el mundo era un caos.